By: Erika Sosa Peña
Psico – Sexo terapeuta, Educadora
Integral en Sexualidad
“Recuerdo cómo una vez estábamos acostados una transparente mañana de estío, igual a ésta, cómo pusiste tu cabeza sobre mis caderas
y delicadamente la volviste hacia mí, y apartaste la camisa de mi pecho, y hundiste tu lengua hasta mi corazón desnudo,
y te estiraste hasta tocar mi barba, y te estiraste hasta alcanzar mis pies”
El erotismo es una de las grandes potencialidades que posee el ser humano que consiste en sentir placer sexual, sin embargo esta potencialidad se ve opacada por las múltiples creencias, mitos y tabúes en torno a nuestra historia sexual, situación que nos forma como incapaces eróticos, aunado a la pornografía cada vez más explícita y violenta que reduce a los cuerpos a pedazos de carne que tienen y deben reaccionar ante cualquier estímulo ya sea torpe o violento, esto nos aleja de nosotros mismos y no se diga del contacto con el otro.
El universo del sexo es sumamente complejo y vasto, quizás más que el del erotismo y del amor, sin embargo, tiene una limitante claramente definida, la materia animada, la corporeidad, la forma; contexto en el que corresponde a los seres humanos en forma más instintiva y reproductiva, menos sensitiva.
De alguna manera el sexo es siempre el mismo al menos en finalidad y en posibilidades radicales, por su parte el erotismo se ubica en un nivel distinto, aunque complementario, no puede haber erotismo sin sexualidad, sí a la inversa.
Entonces el erotismo implica necesariamente trascendencia de la sexualidad en la medida que incorpora, como parte de su ejercicio sustantivo a la imaginación y a la alteridad.
Así mismo siempre en el juego erótico hay alteridad, bien imaginaria, bien positiva, el otro es indispensable, pues el encuentro erótico comienza, precisamente con la visión del cuerpo deseado.
Es por ello que el erotismo va más allá de un encuentro sexual planeado o no, es entender que el contacto íntimo con el otro va desde una mirada, un roce, una caricia, un beso hasta una embestida abrazante, una mirada cómplice, unos labios húmedos y unos latidos acelerados del corazón, todo al unísono de dos o más cuerpos deseantes, calientes y danzantes.
Por lo tanto, tenemos el derecho de vivir nuevas formas de entrega, de deseo, de disfrute, de sumergirnos en el mar del placer, sin ataduras, sin miedos, despejándonos de toda la carga que impide abandonarnos al encuentro, honrando la presencia y la dicha de tener entre los brazos un cuerpo que anhela tanto como uno mismo un contacto íntimo. ¿Te atreves?